Es la hora.
Ya llegan los soldados subiendo a Getsemaní
reflejan sus espadas las antorchas temblorosas
agonía blanca, que despierta su dormitar
en la madrugada de pasión, terrible y dolorosa.
Padre, mi alma encoge y llora al pensar,
en la negra hiel de esa copa que me das,
pero si es tu voluntad, si es preciso mi sufrir
preparado y dispuesto estoy ya,
nada tengo, nada puedo objetar.
Estampa en el duro terrón del olivar,
la lágrima solitaria del que esta noche faltaba
sabiendo que debe, sin voluntad, traicionar,
a su Hermano, a su Maestro,
a aquél a quién juró por siempre amar.
Hijo de Simón, pero hermano mío,
para un alma aún más valiente estaba destinada,
que la de los que ni velar junto a mí pudieron ,
el aura negra de esta traición besada.
Insultado y odiado serás por siempre y por todos
acusado de ambicioso, egoísta y traidor,
por no huir ante tan dolorosa tarea,
por afrontar tu difícil y dura misión.
Sólo una palabra ahoga su garganta al decir,
quemando más que el fuego que no le espera:
Rabí ....
Y sus labios, secos y apretados
rozan su mejilla sonrosada,
que más quisiera verlos a ellos ardiendo
que a ella tan sólo lastimada.
Sólo los ojos de su Maestro, dan paz serena
al ánimo del que ya nunca lo tendrá.
Serena comprensión del que, sabiéndose muerto
mira a su hermano, sabiendo que también él lo está.
Ya se van los soldados bajando de Getsemaní
temblorosa procesión de antorchas reflejadas
Rompen en amargo llanto los olivares,
terrible y dura, la primera saeta de la madrugada,
El alba sin esperanza, comienza en su lucha
a esta tan triste y negra noche a derrotar.
Las monedas, por el suelo siguen la senda
que va bajando, polvorienta y seca, al pedregal.
Para él, ya por siempre infame, cumplido está todo,
llora sin llanto, tirado en el suelo del pedregal.
No habrá demora, pues la cuerda con él la traía,
el árbol, aún queda por encontrar.
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